Lo que se habla en las paradas de buses
A estas horas no solían pasar muchos
buses. Diego, una persona jubilada, lo sabía. Sin embargo, para Lucía, tan
ofuscada como se encontraba, solo sabía moverse para un lado y otro.
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¡Me lo he vuelto a encontrar! –decía, por teléfono– Pero… ¿qué espera la vida
de mí? Solo quiero olvidarme de que existe, ¿por qué no dejo de cruzarme con
él?
La
joven terminó despidiéndose, sin haber soltado el nerviosismo que la dominaba.
Colgó. Se sentó junto a Diego, ligeramente iracunda. Él, que no había perdido
detalle de la situación, fijó su mirada en ella y esperó unos segundos.
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¿Estás bien, muchacha?
Ella
se sorprendió, pero se sintió complacida.
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Sí, sí, gracias – respondió, con un tono suave.
Hubo
un momento de silencio. Entonces, el hombre lo rompió.
-
¿Puedo darte un consejo?
La
chica, ligeramente desubicada, asintió.
-
Mi mujer solía tener un bolso enorme, lleno de cosas. Allí lo metía todo. Pero
claro, a veces, cuando iba en busca de algo, no siempre lo encontraba. Un día,
tenía que marcharse rápido. Y necesitaba su lápiz de ojos. Cuando metió la mano
en el bolso, sólo sacaba una y otra vez el mismo bolígrafo. Lo confundía todo
el tiempo. ¿Sabes qué hizo?
-
Volcó el bolso y lo sacó todo.
-
Qué va –realizó un aspaviento–. Es lo que hubiera hecho yo también. Pero no
hacía falta. Ella simplemente sacó ese maldito bolígrafo que le molestaba. Y la
siguiente vez que metió la mano, el lápiz de ojos fue lo primero que encontró.
Después, seguro que necesitaría el bolígrafo para algo. O no. Eso da igual. El
caso es… que en ocasiones solo hay que sacar algo de nuestra vida. De dentro.
Para que realmente se vaya.
La
joven, con una sonrisa profundamente sincera y honesta, lo observaba con
ternura. Como si hubiera aprendido una lección.
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Estará muy orgulloso de ella.
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