La luz molesta tanto como la oscuridad.


La luz no puede ser sombra, y la sombra no puede ser luz.
            
Pero tú sí puedes ser las dos.



De estas veces que te enfrentas a uno de esos viajes eternos. Antes de llegar ahí, al preparar la maleta, has tenido claro que podías aprovechar esas horas muertas de muchas formas. Has metido el mp3, la Tablet, un libro, una libreta… Puedes adelantar en ese dibujo o esa revista que te llamó la atención en el kiosco, quizás. Hay muchas opciones. Pero claro, la luz es la que es. Recordemos que estamos en invierno y alguien una vez tuvo la genial idea de ir adelantando y atrasando el reloj del mundo.

Entonces, miras hacia un lado y otro desde tu asiento. Y tu compañero se encuentra en proceso de letargo. Parece que ha elegido una vida sedentaria. ¡Pero si son seis horas! Dios mío.

En realidad, es todo muy confuso. Porque cuando había aún luz del día, no me apetecía leer, sino ver una película. Pero no se podía por la claridad. Se reflejaba todo. Por la noche no tengo ganas de ver nada a través de una pantalla. Y sería lo mejor. Vaya lío. Resultaría fatídico dejarse los ojos en un párrafo, que es justo lo que deseo. Es como si… hubiera momentos destinados a acciones. ¿No os pasa a vosotros? Y después están esos seres extraños, también denominados personas, que se adaptan.

¿Y si yo no fuera así? Quiero romper el molde y, de repente, enciendo la luz. Vaya. El de al lado me mira de reojo. Se ve que la luz molesta. No a ti, que es justo lo que buscas. Sino al de al lado, que es una persona normal, sedentaria, un tópico de humano, que quiere dormir. Es lo que todos están haciendo. Y se ponen de acuerdo para mirarse los unos a los otros y sentenciarte con la mirada. ¿Qué temerario, qué persona insana se atrevería a encender la luz cuando todas las demás yacen apagadas? ¿Y si mi brillo perturba a otro? Por eso solemos apagarlo. Nos apagamos a nosotros mismos, de alguna forma.

Lo siento, pero solo porque tú no lo harías, no me juzgues. Y, de pronto, él se hace el remolón. Usa movimientos muy parsimoniosos. Estoy confundida. Un libro se deja ver entre una cremallera. Me lanza una última mirada de advertencia. Yo le sonrío, como si me flipara lo que estoy leyendo. Como si me hiciera tan feliz que no pudiera dejar de hacerlo. Parece que lo entiende en un meneo raro de sus cejas. Y se une. Porque no puede contra tu luz. Y se ha cansado de la normativa. Entonces alzo el brazo y enciendo también su bombillita. Nos miramos, cómplices. Se escucha un murmullo en los asientos de nuestra izquierda. Pero dejan de fijar su atención en nosotros. Hemos tomado una decisión. Así, cuando no puedan hacer que apagues tu luz, se arrimarán a ser iluminados con ella. 

Piénsalo. Y ten un buen día.

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