Con las manos bonitas se agarran mejor las cosas


            - Mi padre es un tío muy raro, ¿sabes? Tiene muchas manías, muchas trabas que se pone a sí mismo. Cuando conoce algo, o a alguien. Cuando llega a un lugar, todo lo inspecciona demasiado. Incluso llego a pensar que no disfruta de la esencia, sino solo en función de su perspectiva. Pero hay una que es la que más me llama la atención. Es un fetichista de las manos. Se ha llevado toda su vida observando las manos de la gente. Puede, además, determinar la forma en la que se va a relacionar con quien las porta. Es súper curioso.

            - Pues la verdad es que sí, pero hay mucha gente que lo hace.


            - Lo sé. Hasta yo me fijo ahora en eso. Pero pienso que no hay manos feas o bonitas, si las mueves como eres tú, ¿no?

            - Eso es cierto. Me quedo con eso.

            - Para él era subconsciente. Un obstáculo constante, de alguna forma. De hecho, me contó que no se habla con la persona con las manos más bonitas que había visto nunca. Le hizo más daño que nadie. Él siempre dice que es una lección de la vida. ¿Sabes cuál fue la otra?

            - La persona con las manos más feas, seguro.

            - Mi madre.

            - Giro inesperado del destino.

            - Pero, ¿te imaginas por qué se quedó con ella?

            - Estoy deseando de que me lo cuentes.

            - A pesar de ir en contra de lo que él había perseguido toda su vida, nunca lo habían tocado así. Como lo hacía ella. Y pensó: “Tiene que dar igual cómo sean sus manos, si al final me tocan como nadie lo ha hecho”.

            - Pero él se puso los inconvenientes de no conocerla antes por sus manos. Por su propio filtro.

            - Eso es lo que siempre trata de mostrarme él. Dejamos a nuestros propios demonios que libren nuestras batallas. Pero a veces no es necesario luchar. O lo es luchar por otros motivos.

            - Si culpamos a los nuevos de los fallos de los antiguos, les dejamos sin libertad para acertar. Eso es verdad.

            - Sí, pero dime, ¿qué te parecen mis manos?

            - Me había fijado ya. Me encantan.

            - Genial. Mi padre solía decir que con las manos bonitas se agarran mejor las cosas.

            - ¿Ah, sí? ¿Eso decía?

            - Bueno, hasta que dejó de pensarlo.



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