Un miope en luna llena.

 

Imagínate un miope que se acaba de despertar de la siesta. 
Se acerca a la ventana y mira al cielo. 
Pero claro, no distingue bien lo que ve. 
Es la luna llena, en su momento más bonito. 


Anaranjada, grande, detrás de un edificio se está levantando. 
Él no la distingue bien. 
Entonces, va corriendo a por las gafas. 
Y ahí surge el dilema. 
No recuerda dónde las dejó, y sin ellas, le cuesta encontrarlas. 
Cuando finalmente lo hace, corre a la ventana para ver la luna. 
Y aunque sigue bonita, no está tan radiante y preciosa como antes. 
Y se lo ha perdido. 
Porque no tenía gafas. 
No habría que preocuparse, porque al día siguiente volverá la luna a aparecer anaranjada. 
Aunque no será llena. 
Para eso faltan unos días más. 
Y entonces habrá que esperar para volver a verla. 
La oportunidad se dará de nuevo, eso seguro. 
Pero hay que esperar. 
Al final, es el tiempo el que vuelve a traer las oportunidades. 
Hay que trabajar en la paciencia. 
Y en la madurez. 
Como pasa en la adolescencia.
Seguro que, al recordarla, pensabas que no se acabaría jamás ese suplicio.
Y aquí estás.
Con otro suplicio diferente.
O varios.

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